MIGUEL ACOSTA

NADA
Nada
Nada, como aquel desgarro
el día que la vi llorar.
Nada, como la necrótica angustia apaleando mis huesos
por saber que todo lo que yo sentí no se podía comparar
a la bomba atómica que explotó bajo su pecho.
Nada, como las cadenas de la impotencia
sujetándome a no abandonar,
a -permanecer- estar.
Y estaba, estaba; ese eterno estar. Joder, sí estaba. Estaba hasta la lasciva indecencia.
Pero ella me necesitaba,y estar era todo cuanto era capaz.
Nada, como ese codicioso silencio que nos ha conquistado terreno,
del llanto que trasmuta mi ropa en pañuelos.
Sus lágrimas estaban en infatigable asedio.
Yo estaba, empero ella no.
Blanco, ¿qué demonios, oh Dios, podía hacer yo?
Nada. Por todas partes la nada. Mierda, mierda... Jodido estercolero de mierda.
Sólo pido a Dios que me ceda algo de carga, del dolor que destroza su cabeza.
Que me permita sumergirme bajo su piel,
que me permita ver a través de los desesperados espejos por los que ella ve.
Nada, como esa sensación corroyendo mis yemas,
de creer que por muy fuerte que la asiera
siempre sería inevitable que se escurra
de estas mis manos febles,
sin fuerza.
Que ella caía, se me escapaba; era mi culpa ser incapaz de entenderla.
Nada, como el corazón que bombea vacío por las arterias
asustado por una vida injusta.
Y que estaba de pie, desnudo,
ofreciendo mi alma anémica
incapaz de cargar nada de este mundo.
Pues era de ella,
toda la nada era suya.